jueves, 5 de mayo de 2011

Rainbow - On Stage (1977)

Por fin un post que siempre he querido hacer , espero lleguen al final de la reseña y la disfruten.
yo soy , Ernesto Vargas (Alucard) y por fortuna ustedes no comenzamos.

El cuero negro se hizo crespón, el Rock izó su bandera a media asta, Ronnie James Dio, una de las voces más virtuosas y carismáticas del movimiento, se fue de nuestro mundo dejando un vacío abismal en los corazones de los headbangers de todo el planeta. Esta triste pérdida es la que ha despertado mi deseo de rendirle un homenaje en forma de reseña, un tributo personal a este cantante, poeta, filósofo de la vida y sus sueños, artista con mayúsculas… Icono fundamental de todo un género musical.

Fuera bajo las órdenes de Blackmore (Rainbow), junto a la sombra de Iommi (Black Sabbath) o bajo su propio dictado homónimo (Dio), cada sílaba que entonó Ronnie se convirtió automáticamente en patrimonio histórico del Rock.

Nunca más nacerá hombre que reúna y soporte el peso cósmico de semejante voz, y tamaño sentimiento ulterior como el que logró aglomerar Dio en tan pequeño cuerpo, y mucho menos llevar todo ello con tan humilde sonrisa. Él nos tuvo engañados como a niños cuando en toda su carrera no paró de cantarle a ese arco iris, que no sería otra cosa que el puente de regreso hacia esa dimensión a la que él realmente pertenecía. Nuestro elfo juglar nos la jugó con su gran mentira piadosa. Nuestros oídos mundanos no estaban preparados para saberlo, ni siquiera lo estuvimos para sentir su mágica voz en semejantes desenlaces en los que él aposentó su colofón maestro, como en los finales de Mistreated y Still I’m Sad que se dieron aquí, en el estratosférico On Stage que Rainbow lanzó en 1977 y que aquí recrearemos si encuentro palabras para hacerlo. Difícil empresa.

Rainbow fue la formación milagrosa que liderada por el ex-Deep Purple Ritchie Blackmore logró reunir en poco tiempo a un elenco de prodigio, músicos de primera magnitud como Jimmy Bain al bajo, nuestro también desaparecido genio Cozy Powell a los parches y platillos, sumado al malabarista del sonido Tony Carey frente a los teclados, siendo este último un aderezo perfecto para acompañar los fraseos del dios de las seis cuerdas Blackmore, detonando juntos una pirotecnia sinfónica a dos colores que superaba los mejores sueños de la diosa Euterpe. Por último, y no menos importante, estaba el vocalista que, recién salido del grupo Elf, entraría en el fantástico feudo de Blackmore para empezar a escribir su propia leyenda… Nuestro Dio de ayer, hoy y siempre.

Se volvía a repetir el fenómeno del supergrupo, y juntos empezaron grabando un primer álbum, Ritchie Blackmore’s Rainbow (1975), seguido de ese hexateuco llamado Rising (1976), de cuya gira extrajeron temas para lanzar este álbum en vivo del que hablaremos, producido por Martin Birch, el último en sumarse de alguna forma a aquella Liga de los Hombres Extraordinarios.

Cinco años después de aquel Made In Japan de Deep Purple que fue para muchos la quintaesencia del álbum en vivo, Blackmore y los suyos se dejaban caer con este grandioso directo, la inmortalización de un evento que no tuvo nada que envidiarle al de Japón de los ex-compañeros del guitarrista de Somerset. Sin más demora, vista al frente, empieza la función…

Un arco iris de 12 metros de envergadura por 8 de altura se extendía gigantesco a lo largo del escenario, maravilla única de la luminotecnia de aquella época. Extraído el audio de la película Mago de Oz, por los altavoces sonaba a modo de intro la famosa canción Over the Rainbow, hasta que un histérico riff distorsionado enciende la mecha para que Kill the King estalle ante las rugientes masas. ”Danger, danger…” La silvestre naturaleza de este clásico, aún por domesticar en el estudio, era lanzada cruda a la concurrencia como primicia. Rock ‘n’ Roll frenético pronunciado por el maestro Dio con una vitalidad arrolladora, y riffeado por el proto-Metal visionario del jefe Blackmore. Bellísimo y cambiante kaleidoscopio melódico con el que nos sorprenden a mitad de canción, girando a gran velocidad en el engranaje dual de la guitarra de Ritchie y el Hammond de Tony, maravilla sólo comparable con la florida espiral de notas de aquel Burn de los Purple.

Pero lo que menos se espera es que la misma canción contenga a su vez un desenlace tan apocalíptico, de un Heavy Metal demasiado avanzado para la época, como lo es ese terremoto que nos machaca en los últimos segundos gracias a la devastadora aportación de Cozy Powell en la percusión, que apuntala titánicamente cada nota de ese riff demoledor que ejecuta el padre del clan, guitarrazo que por aquel entonces sólo encontraría alma gemela quizá en el letal riffage de la canción Dissident Aggressor, compuesta por unos jóvenes pecadores llamados Judas Priest. ”Oh, kill!”.

El pequeño gran front-man anuncia a los asistentes la siguiente canción. Man on the Silver Mountain es otro gran himno del combo, quizá el más famoso, con ese riff tan vacilón y netamente rockero, un riff de ésos que si tienes guitarra y te lo aprendes, te tienen que partir una silla en la cabeza para que pares de tocar tan adictivo bucle. La tan movida pieza sube de quilates al ser enriquecida por ese desparpajo entusiasta del cantante y las melodías que lo orlan en el pre-chorus. El galope que percute Powell en la recta final es remarcable, lapso que aprovecha Ronnie para colar fragmentos de la letra cual coletillas, una costumbre que desde entonces en adelante explotaría hasta convertirla en una de sus credenciales, una de sus inequívocas señas de identidad como genio único.

Este clásico es la primera parte de un medley o popurrí que enlaza con una improvisación llamada simple y claramente Blues, un diálogo juguetón de pentatónicas entre la guitarra del jefazo y el teclear del organista californiano, todo de gran suavidad ambiental y con cierta picaresca, hasta que a capella nos ataca Dio con el primer verso de Starstruck, que pronto explota como tercera extensión de esta mixtura, siendo esta última la única canción que extrajeron del fabuloso álbum Rising para este set-list. La tonada, tan fulgente de vida como las anteriores y tan grande como el álbum al que pertenece, muere pronto como un breve saludo de tralla para luego la banda silenciar sus instrumentos y dejar en solitario al gran Dio. Éste se recrea en pincelar con preciosos serpenteos una letra que improvisa para ir cerrando el círculo de este medley (esa sentida parábola que dibuja en “maybe today” me derrite por completo), anunciando poco a poco el retorno de Man on the Silver Mountain, pero de una manera sobrenatural, subiendo la intensidad progresivamente, y dando un término muy emocionante a esta peculiar suite. Chapó, maestro, chapó.

La hipnótica balada Catch the Rainbow es otro gran clásico que se manifiesta, puro trance místico que nos embrujará durante quince minutos y medio. Su tenue canto narra una especie de historia de amor acontecida en un viaje astral, dos improvisados jinetes del viento que toman el arco iris hacia el Sol, encontrando por el camino respuestas que la Vida esconde. ”Soft and warm”, “suave y cálido”, tal texto encuentra sus melodías afines, que enlazan de forma divina el triste murmuro con el clamor más devoto, interpretadas por el eterno vocalista, que hunde con excelso contoneo un ”to the sun” que cada vez que lo ondulaba en tan graves y suaves notas se ganaba una hectárea más de Cielo. La voz caminaba sobre el mullido cantar del bajo de Jimmy Bain, que llevaba su propio lenguaje mientras que a nuestra izquierda cristalizaban los fantasmales fraseos en flanger de Blackmore. A la derecha, no podemos obviar esa holografía de un paisaje bucólico que recreaba Tony Carey con sus teclas mágicas, sólo comparable a los fastuosos horizontes de melotrón que labró King Crimson en la primera mitad de aquel decenio.

A poco de cumplirse los 6 minutos, ese plácido sueño que conquista los cielos se vuelve tumultuoso, enardeciendo Dio a la caballería que lo ampara con un ”Taking to the sky” que alza y caracolea a su deífica usanza, desatando toda una tormenta tras de sí, aureolada por un bellísimo coro tecleado por Carey que es ejecutado sin descanso cual gramola celestial, mientras que Ritchie Blackmore derrama un furioso y sentimental catálogo de solos torrenciales, dinamizado todo ello por los andares de gran saurio que Cozy Powell despierta en su kit, enmarañando el camino con una suerte de redobles muy contundentes, complejos y creativos para la época (¿Quién de ellos no era un genio después de todo?). Final épico donde los haya, y en este evento aún quedan más y mejores.

Llega Mistreated, escrito por David Coverdale y Blackmore en pleno seno de Deep Purple para el álbum Burn del ’74, por lo que Blackmore ejerce su patria potestad sobre la criatura y la arrastra a su actual foso de orquesta, para ver qué color toma con sus nuevos músicos. Mistreated es un Blues oscuro y pesado que en la garganta de Dio se revaloriza a cotas astronómicas, no sin antes ser presentado por el líder del conjunto con un delicado punteo en limpio de gran belleza, hasta que el hacha supremo pisa el pedal de distorsión y nos fusila con un flamígero tremolo picking venido directo del futuro (o del mismo Infierno, no estoy seguro), estirándolo hasta dejarnos vislumbrar el doliente riff inicial de la canción y así emprender la banda ya al completo ese forzudo mid-tempo del que está hecha semejante pieza.

En su ecuador, el combo abre un páramo de sosiego para que el apodado “Man in Black” libere de su guitarra una serie de punteos improvisados de una sutileza y un señorío abrumadores, escalas que trepan como arañitas nerviosas y luego bajan sensuales, sensitivas, funcionando como un pequeño séquito que precede a la melodía reina, que emerge exuberante ya impulsada por el retablo de la instrumentación, y nutrida de cierta esencia Santana que la hace maravillosa.

Poco después de que la canción reemprenda sus pasos de gigante, empieza a fraguarse uno de los mejores momentos de todo el álbum. Mistreated se va tornando más dúctil y emotiva (el front-man pone mucho de su parte para ello) hasta que de súbito la banda acelera el paso con un trepidante ritmo de Powell. La sinuosidad tan compungida con la que el gran Dio desliza ese “losing my mind” del minuto 11:24, sinceramente, me inunda el alma. El éxtasis crece más aún si cabe, pues poco después Dio glorifica esa carrera con un luminoso coro que, ayudado por la arrolladora batería de Cozy y los desesperados licks del Guitar Master, consigue erigir un tsunami de fuerza y sentimiento, una apoteosis emocional que rompe las fronteras de la propia música, un pasaje que puede derramar lágrimas de forma inmediata como pocas cosas que he oído. Como reza la misma canción, es para perder la cabeza.

Pasada esa deliciosa tempestad, el pequeño de Portsmouth anuncia una canción que trata de “una dama con largas mangas verdes”. Sixteenth Century Greensleeves es introducida a guitarra acústica por Blackmore, que se marca una versión libre de la pieza tradicional en la que está basada esta canción, aquel Greensleeves que supuestamente compuso Enrique VIII para su amada Ana Bolena. Tras esa caricia renacentista, la canción rompe con un riff rudo y cabeceante, que al ser imitado luego por el Hammond gana brillo y voluptuosidad, braceando codo con codo cuerdas y teclas a través de una tonada al más puro espíritu Rainbow, una fiesta rockanrolera pero de paso distinguido. El agradable mecer de tan melodiosos estribillos da trampolín a los mejores solos de Blackmore de todo el directo, con una emotividad de punzantes ademanes, expresividad y arrojo como el de ese armonioso llanto que puntea el fundador del arco iris a partir del minuto 5:13. Magnífico.

Pero el siguiente y último corte es ya caso a parte, y como hicieron Judas Priest con el Diamonds and Rust de Joan Baez, Rainbow despiezaron el funerario Still I’m Sad de The Yardbirds (1965) y lo reconstruyeron a su medida, rediseñado en función al pulso y sentimiento blackmoresco, pasando de un tenebroso y marcial gatear a un vuelo sin motor de anchas miras y expresión vivaz. Distinta a la versión de estudio, que era instrumental (ubicada en el primer LP de la banda, Ritchie Blackmore’s Rainbow), aquí en vivo es cantada por Dio, por lo que la probabilidad de éxtasis sube a un doscientos por cien.

Y es que la profundidad con la que esa voz penetra en escena con su primer verso es emocionante, como coronándolo todo con aire triunfal, pasional, susurrando luego ese mantra ascendente del pre-chorus, que empujado por la zumbante guitarra va consumiendo la mecha que detonará el estribillo. Pletórico Ronnie James Dio, pero esta vez el protagonismo está muy bien repartido entre los demás músicos según en qué secciones aterricemos de este trasmutado y laberíntico Still I’m Sad. Sería por ello imperdonable no destacar aquí esas melodías de alambre espino con las que Blackmore nos embrolla raudo cual araña que envuelve a su presa, cuya tela son esas notas y las patas las baquetas de Powell, el verdadero titiritero de tan salvaje coreografía. Sobresaliente también la labor del teclista, que a continuación hace su mejor número de improvisación enramando melodías muy inspiradas, basadas en enrevesar la línea vocal del verso pasando de la exquisitez a la absoluta locura, hasta que a partir de los cinco minutos logra enredarlo todo de forma tan saltarina e histriónica que recuerda a los episodios más dementes de los primeros Genesis, flotando ese inquietante feeling de muñecas de porcelana en tiovivos semitonados que plasmaban los de Peter Gabriel en su ‘caja de música’.

La canción retoma el hilo, y después del último verso llega la catarsis absoluta: Dio calla y deja que los instrumentos repitan como un eco la melodía de sus últimas sílabas, la música deja luego florecer otros derroteros mientras Dio sigue esperando, como deleitándose en el espectáculo y la multitud que lo observa, hasta que de él fluye un dulce y profundo coro que imita ceremonialmente la melodía del verso, dibujando con una mántrica ‘o’ el cenit de toda la pieza y quizá del álbum entero, subiéndose poco a poco hasta sobrecogernos con su poderoso torrente, que llena todo el recinto. Cuando parece que todo ya se ha desvanecido, surge ese inesperado riff-martillo que pisa fuerte a son marcial como final alternativo, colofón con el que la banda ya libera lo que les queda de magia, cantando Ronnie ese “Still I’m so sad” adornado por ese sentido punteo del gran Blackmore. Un show épico, desde la primera nota a la última.

Así concluía este On Stage de Rainbow, un disco destinado a girar por siempre como los candentes ciclones de Júpiter, para que las presentes generaciones y las próximas escuchen los milagros de una banda única, que sobre el escenario dilató el metraje de sus canciones para sublimarlas a escalas inimaginables, verbalizadas por nuestro desaparecido héroe y ese instrumento de otro mundo que vivía en su garganta. Ronnie James Dio, nuestra eterna estrella, fulgente en nuestra memoria para siempre.

De alguna forma él sigue vivo, pero más allá de nuestra realidad, pues como él mismo dijo y cantó, “el fin es sólo el comienzo”, y “los soñadores nunca mueren”. Aquel hombre de la montaña plateada emprendió su marcha tomando el arco iris… Hasta siempre, Ronnie, nunca te olvidaremos.

Canciones:
1. "Kill the King" (Ronnie James Dio, Ritchie Blackmore, Cozy Powell) – 5:32
2. "Medley: Man on the Silver Mountain(Dio, Blackmore)/Blues(Blackmore)/Starstruck(Dio, Blackmore)" – 11:12
3. "Catch the Rainbow" (Dio, Blackmore)– 15:35
4. "Mistreated" (David Coverdale, Blackmore) – 13:03
5. "Sixteenth Century Greensleeves" (Dio, Blackmore) – 7:36
6. "Still I'm Sad" (Paul Samwell-Smith, Jim McCarty) – 11:01

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1 comentario:

  1. bueno termine de leer jaja :P y pues se nota k domina s perfectamente el tema... asi como para hasta marcar aquellos minutos de las rolas y pues pfff no se deberias de mandarmelo para la revis :P

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